31.8.04

Envejecer

Ese día aprendí a mirar de otras formas las partes de su cuerpo. Su boca, hasta ahí sólo dos labios de fuego, dibujaba sonrisas amansadoras. Sus manos, como la rama que se vuelve nido, pasaron a dar caricias tranquilizadoras. Sus brazos se volvieron cuna y sus ojos frazada. Ya no habría manera de que me sintiera solo.