10.5.06

Marchito

Azorado, no lograba comprender.
Su pasado brillaba en la lejanía como mojones indestructibles e impolutos. Y aunque bien sabía que los recuerdos suelen presentarse perfectos ante quien los invoca, prefería conservarlos así.
Luego, el paso del tiempo le fue limando el alma. Y sus ojos empezaron a desencantarse. Todo el brillo que lo encandiló estando en la cima de la montaña, se volvió bruma espesa. Y fue el presente quien se reveló opaco. Plomizo como una tarde de tormenta.
En cuclillas, abrazó sus rodillas y las apretó contra su pecho. Como queriendo volver a ser capullo. Y maldijo entre dientes su suerte de pocas monedas, esperando que la vida tuviera la virtud de regalarle un último suspiro.