22.12.05

Estallando desde el océano

A los 12 años, sin saber quien era, ni tampoco que hacía, la tapa de una revista me mostró su rostro por primera vez. Y sin piedad, me dijo que había muerto.
Nunca lo conocí. Jamás me crucé con él, ni tuvimos una charla de bar, ni lo vi saltar endemoniado en ese remolino que él mismo creaba y que sabía surfear como nadie. Sin embargo, aquella noticia que podía presuponerse sin importancia, me dejó un nudo en el pecho, me aplastó el alma, y me reveló para siempre cierta forma de mirar las cosas. Y de hacerlas.
Al poco tiempo, carcomido por la curiosidad y empujado por aquellos ojos tiernos y tristes que me miraron desde esa portada, comencé a querer saber más de él. Conocer como pensaba, como sentía, como había vivido.
Luca Prodan fue, en un solo cuerpo, un bravo guerrero, un excéntrico payaso, un oscuro ermitaño y un líder carismático como los que no hubo ni habrá por estas pampas.
Hoy, hace 18 años, su cuerpo no soportó más y echó a todas las personas que lo habitaban. Como fotografía de su vida, su boca dibujó una última sonrisa en su rostro. Y así se fue: Feliz, pleno, sin remordimientos. Con el placer de haber sido un ciego, guiando a los ciegos.