22.12.05

Estallando desde el océano

A los 12 años, sin saber quien era, ni tampoco que hacía, la tapa de una revista me mostró su rostro por primera vez. Y sin piedad, me dijo que había muerto.
Nunca lo conocí. Jamás me crucé con él, ni tuvimos una charla de bar, ni lo vi saltar endemoniado en ese remolino que él mismo creaba y que sabía surfear como nadie. Sin embargo, aquella noticia que podía presuponerse sin importancia, me dejó un nudo en el pecho, me aplastó el alma, y me reveló para siempre cierta forma de mirar las cosas. Y de hacerlas.
Al poco tiempo, carcomido por la curiosidad y empujado por aquellos ojos tiernos y tristes que me miraron desde esa portada, comencé a querer saber más de él. Conocer como pensaba, como sentía, como había vivido.
Luca Prodan fue, en un solo cuerpo, un bravo guerrero, un excéntrico payaso, un oscuro ermitaño y un líder carismático como los que no hubo ni habrá por estas pampas.
Hoy, hace 18 años, su cuerpo no soportó más y echó a todas las personas que lo habitaban. Como fotografía de su vida, su boca dibujó una última sonrisa en su rostro. Y así se fue: Feliz, pleno, sin remordimientos. Con el placer de haber sido un ciego, guiando a los ciegos.

20.12.05

Como otros Juanes

Sus manos se abren para el trabajo y se cierran para la lucha. Pero sonríen cuando él las hace bailar.
Cuando Juan toca, la guitarra parece desnudarse. Al roce de sus dedos, deja caer su imaginario vestido, y aparecen ante la vista su alma de acordes dulces y su cuerpo de hermosa mujer.
Juan cuenta, cantando y tocando, historias de las que lloran y de las que ríen. Como la suya, que lloró hasta reír. Y hoy quiere ser carcajada.



13.12.05

Crepúsculo

En un suspiro, se dio cuenta de que estaba sola.
Frotó sus manos, se miró al espejo y comenzó a recorrer una a una las arrugas que cubrían su rostro cansado.
Le habían dicho que al final del camino solía llegarse con los temores escondidos en el último recóndito rincón oscuro del alma, y al verse palpar los surcos tatuados por el paso del tiempo, no pudo más que recordar aquellas palabras.
Pero el miedo no es zonzo, y sabe bien cuando mostrar las uñas otra vez.
Ahora el pasado sólo llovizna. Aquella tormenta memoriosa se fue disipando junto con sus ansias de recordar.
Bajó la mirada. Los pasos, lentos, la llevaron por rincones que había olvidado. Todo entraba por los ojos y la abrazaba como despidiéndose.
Entonces, decidió recostarse y esperar hasta volverse tenue.
Y, por fin, se apagó.